La inflamación silenciosa: cómo la alimentación puede ser parte del problema… o de la solución

Muchos adultos experimentan síntomas como fatiga persistente, dolores articulares, problemas digestivos o dificultad para concentrarse, sin un diagnóstico claro. En muchos casos, lo que hay detrás es un proceso llamado inflamación crónica de bajo grado. Esta inflamación no produce fiebre ni signos evidentes como en una infección aguda, pero mantiene al sistema inmune en estado de alerta constante, lo que puede contribuir al desarrollo de enfermedades como diabetes tipo 2, hipertensión, síndrome metabólico, enfermedades autoinmunes e incluso depresión.

Lo interesante es que uno de los principales factores que puede activar o atenuar este tipo de inflamación es la alimentación. Y no se trata de eliminar grupos de alimentos o seguir dietas restrictivas, sino de entender cómo ciertos componentes pueden influir en la respuesta inflamatoria del cuerpo.

La evidencia científica más reciente ha identificado que una alimentación basada en proteínas de buena calidad, grasas saludables como las del coco, aguacate, aceite de oliva o pescados grasos, y carbohidratos provenientes de vegetales de bajo índice glucémico, puede ayudar a modular positivamente este tipo de inflamación. Por el contrario, una dieta rica en azúcares añadidos, harinas refinadas, aceites vegetales altamente procesados y aditivos alimentarios se ha vinculado con un aumento en marcadores inflamatorios como la proteína C reactiva.

Esto no significa que debamos buscar una alimentación “perfecta”, sino tomar decisiones más conscientes. No se trata de modas ni de seguir planes extremos, sino de reconectar con el propósito de la alimentación: nutrir, reparar, proteger y dar energía real al cuerpo.

Cambios como priorizar alimentos frescos, reducir el consumo de productos ultraprocesados, cocinar más en casa y prestar atención a la calidad del sueño y al manejo del estrés también forman parte de una estrategia integral para reducir esta inflamación silenciosa.

Cuidar lo que comemos no es solo una cuestión de peso. Es una herramienta poderosa para prevenir enfermedades, sentirnos mejor y tener una mejor calidad de vida hoy y a largo plazo.